Imágenes que sobran, imágenes que faltan. Joan Fontcuberta en el Coloquio Latinoamericano de Fotografía

Juan Carlos Rosas, fotógrafo, teórico y profesor de la Academia de Artes Visuales, comparte este texto en el que analiza los puntos más sobresalientes de la conferencia de Joan Fontcuberta en el marco del pasado Coloquio Latinoamericano de Fotografía realizado en la Ciudad de México.

Imágenes que sobran, imágenes que faltan. Joan Fontcuberta en el Coloquio Latinoamericano de Fotografía

Son cerca de las 23:00Hrs. del 20 de septiembre de 2017, han pasado más de 24 horas desde que un temblor de 7.1 grados en la escala de Richter afectara la Ciudad de México derrumbando varios edificios y afectando muchos más. El rescate de sobrevivientes de entre los escombros continúa, mientras gran parte de la población sigue en los diversos medios todas las noticias que han emanado a raíz del sismo. Televisa ha enfocado su cobertura en el Colegio Rébsamen, donde el rescate de una niña de nombre Frida Sofía ha conmovido al público. Quienes realizan la cobertura aseguran, basándose en la información proporcionada por la Marina, que el rescate es inminente. En la pantalla un reloj que indica el “tiempo de rescate” marca más de 13 horas. Las noticias alrededor del lugar empiezan a ser contradictorias. De la inminencia del rescate se pasa a la inexistencia de la niña. De la pantalla desaparece el reloj y todo rastro de la pequeña se va diluyendo, infinidad de versiones surgen. (¿)Alguien miente(?) ¿quién?
Han pasado poco más de 20 años al momento de escribir esto desde que El Beso de Judas, fotografía y verdad de Joan Fontcuberta salió de la imprenta. La directriz del libro es justamente cuestionar esa arraigada idea de la “verdad” subyacente en el registro fotográfico. Hoy día ¿qué queda de la “verdad fotográfica”, si es que ha existido alguna vez tal cosa?, ¿qué queda de la fotografía respecto a lo que era hace 20 años?
Joan Fontcuberta es alguien que a lo largo de su trayectoria ha combinado (complementado) teoría y praxis. Algunos de sus proyectos más famosos (“Sputnik”, “Fauna”) si bien tienen a la fotografía como medio principal son trabajos multidisciplinarios que no buscan el engaño sino en buena parte hacernos caer en cuenta que en nuestro alrededor alguien está mintiendo. La pregunta que debemos hacernos entonces es ¿quién?
En el reciente Coloquio Latinoamericano de Fotografía, efectuado en el Foto Museo Cuatro Caminos del 13 al 16 de septiembre del presente año, se contó con la presencia de Joan Fontcuberta. En su plática, erigiéndose a sí mismo como un “Foto Jockey”, nos compartió algunas reflexiones sobre la situación actual de la fotografía.


Postfotografía es un término acuñado por el teórico español para hacer referencia a ese algo en que se convirtió la fotografía tras su digitalización. Es en ese universo postfotográfico, en el que nos encontramos actualmente, donde Fontcuberta situó su exposición.
Partiendo de la pregunta que le hiciese un niño (“¿Qué es más cruel, encerrar a un pájaro en una jaula o encerrar a una fotografía dentro de un marco?”), Fontcuberta plantea que de alguna manera la fotografía siempre se nos ha escapado de las manos. Ha sido en buena parte la digitalización lo que ha permitido a las imágenes salir de la jaula que son los soportes físicos, llevándolas a una multiplicidad de usos que nos llevan a una diversidad de significados respecto a lo que el medio es.
La fotografía tradicional/análoga/argéntica está necesariamente adherida a un soporte físico, su cuerpo y materialidad la dotan de poderes totémicos, mágicos, religiosos que nos han hecho venerarla. En contraparte, algo que caracteriza la fotografía digital/numérica hoy día es justamente la pérdida de materialidad: ha perdido su cuerpo quedándose sólo con el alma, lo cual sin duda ha hecho que nuestro vínculo con la imagen cambie.
Estamos en un Big bang icónico, sigue Fontcuberta, una inflación de imágenes sin precedentes que bien puede ser el síntoma de una patología cultural y política. El que antes las imágenes fueran escasas les daba mayor valor, eran bienes suntuarios. Hoy la proliferación banaliza las imágenes. Ante la excesiva producción estamos obligados a renegociar nuestra relación con ellas.
El individuo que dedicara un segundo a ver cada imagen que es subida en un solo día a Snapchat, Facebook e Instagram, tardaría 50 años en mirarlas todas. Así, estamos haciendo imágenes para no mirarlas, imágenes que terminan siendo invisibles.
Son los motores de búsqueda los que nos ayudan a filtrar de todo ese mar las gotas que nos interesan, determinando lo que es real. Mientras que en el siglo XIX se usaba una fotografía para certificar la realidad de un hecho, en el siglo XXI es a través del buscador y los resultados que nos arroje que podemos determinar si algo es o no real, si ha sucedido o no cierto hecho.
Hay tantas imágenes que apestan. Estamos en una “megadiarrea” de imágenes, estamos ante un problema. Pareciera que hemos cartografiado el mundo por completo, que ninguna imagen que podamos crear es “nueva” y estamos ante motivos que se repiten ad infinitum. Más que originalidad, se persigue intensidad.


Por otro lado, es natural que se vaya generando resistencia ante este, podríamos decir, capitalismo de imágenes. Se genera entonces cierta ecología de lo visual, proyectos que de alguna u otra manera intentan, ya sea limitar la producción de imágenes que se sepa existan en exceso (“Camera Restricta” del alemán Phillip Schmitt, por ejemplo), o se busque reciclar las imágenes que se obtienen de las cámaras que actualmente están esparcidas por todos lados (como lo hace Rémi Gaillard en su proyecto “Speed Cameras”).
Otra repercusión es el declive de lo sublime, esa idea de lo grandioso, de la sobrecogedora majestuosidad de la naturaleza, o la reflexión ante sitios que han sido escenario de episodios trágicos de la historia. Todo ello va dejando su espacio a lo banal, a la plena falta de conciencia de lo que ha pasado (de los “Nutscapes” al trabajo de Marta Mantyka sobre Auschwitz).
Ahora bien ¿qué imágenes hacen falta? Las que habiendo existido ya no están disponibles, las que han enfrentado obstáculos insalvables para que existan, las que la memoria colectiva no ha conservado, las que se han censurado con otras imágenes (“Situation room” de Chinar Shah).
Otra opción es gestionar la abundancia, como en el proyecto “Useful Photography”, revista editada por Hans Aarsman, Claudie de Cleen, Julian Germain, Erik Kessels y Hans van der Meer, quienes recopilan, del universo de fotografías ya realizadas, imágenes que catalogan alrededor de ciertas temáticas, generalmente resaltando el absurdo de éstas.
También podríamos incluir aquí trabajos como el de Reinaldo Loureiro quien, consultando los archivos online de la Guardia Civil Española, obtiene las imágenes que los agentes toman cuando un inmigrante ilegal es descubierto dentro de un automóvil. Aquí las fotografías toman un sentido crítico, son una denuncia.
Fontcuberta cerró su participación en el Coloquio mostrando el video “System” de Miguel Andrés, una muestra de como las imágenes pueden “formatear” la conciencia, y como nosotros, fotógrafos, creadores de imágenes, tenemos inherentemente una responsabilidad ante todo esto.
Las imágenes no mienten, ni dicen la verdad; quienes las usan, sí. Es necesario, quizá hasta urgente, que se desarrolle un sentido crítico tanto de las imágenes que consumimos como de las que producimos.

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