Ausencio de Antonio Vasquez

Ausencio o cómo andar por el mundo buscando al padre

Ausencio es una novela de Antonio Vazquez. Descubre la originalidad y fuerza de este relato en la reseña de Mario González Suarez.

Es un lugar común de la idiosincrasia nacional andar por el mundo buscando al padre, no es un mero impulso espontáneo del varoncito, en diminutivo, sino que ha sido empujado por su madre, anda mijito ve y cóbraselo caro, dice esa mujer que parece haber parido un hijo en contra de su voluntad o con las segundas intenciones de algún provecho. Ya no se sabe, “el nacimiento de mi hermana y el mío no bastan para entender por qué dos extraños tenían que conocerse, no lo justifica”, dice Arturo, el alcoholizado narrador de Ausencio. 

El primer acierto de esta novela de Antonio Vásquez es el contrapunto en donde el hijo en vez de buscar al padre, lo entierra: se descarga de un fardo, y eso algo ha de querer decir para la actualidad mexicana. Además Arturo se siente responsable de la muerte de Ausencio porque lo oyó pedir ayuda y prefirió dejarlo ahogarse en su propio vómito. Lo que vino después para el hijo no fue el luto sino una dolorosa libertad para abominar de la familia, para no dejarse chantajear por la supuesta obligación de agradecer la vida, que no resultó un premio. 

Creo que el fondo del malestar de Arturo no es por el abandono de su padre ni por su muerte ni por la culpa sino por haber venido al mundo nomás porque sí, por el descuido, por la tontería, por la inercia del sueño de un hombre y una mujer que al despertar de su enamoramiento fugaz vieron que habían traído a alguien al mundo. Ausencio le dice a Arturo “yo nunca supe qué hacer contigo”, qué verdad tan dolorosa y añeja porque fue lo mismo que le pasó a Ausencio: “mis padres nunca supieron qué hacer conmigo, tenía siete años cuando me mandaron a vivir a los Estados Unidos”. 

La vida se vuelve insoportable no por sí misma sino porque nadie ocupa el lugar que le corresponde o ya no cabe o no es de aquí o nadie lo quiere y toma las cosas por la fuerza.

En las simas más infernales de sus alucinaciones Arturo descubre que él también es padre y que su hijo lo mira con asco y quiere asfixiarlo con una almohada. El alcohol hace de la mente el averno y del cuerpo, un espectro. Arturo no puede relacionarse con Marcela porque desconfía hondamente de la vida y de una sociedad que no tiene otra vara que sus prejuicios y su hipocresía. Hay que luchar por vivir porque ya estamos aquí y ya ni modo de echarnos patrás, hay que echarle ganas a esta miseria, a esta podredumbre que tanto nos necesita para existir. 

Antonio Vásquez escribe como un deber, sin lamentos llega al mundo de los muertos y no puede dejar de vivir. La vida se vuelve insoportable no por sí misma sino porque nadie ocupa el lugar que le corresponde o ya no cabe o no es de aquí o nadie lo quiere y toma las cosas por la fuerza. Nuestras relaciones se vuelven tan chocarreras, agresivas e impredecibles que parece que estamos permanentemente borrachos, bajo esa embriaguez que nos deja ver los demonios que pululan a nuestro rededor. Las visiones de Ausencio son las del muerto vivo, me recordaron las de Sadeq Hedayat en La lechuza ciega (1937). 

Entre el silencio de los vivos y el silencio de las muertos discurre la melancólica voz de Arturo, conforme avanza su narración se acerca al vacío de donde brota la vida, a la orfandad que precede a los progenitores. Esta novela cuenta ya una parte de la historia de México, en donde muchos jóvenes saben que el mejor padre es el ausente, pues decepciona menos que el violento o el omiso. El alcohol suele ser un gran consuelo para los hijos del olvido. Profunda y alucinada me ha resultado esta primera novela de Antonio Vásquez. 

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