En busca del undécimo colibrí

De todas las jaulas de la casa, guardábamos una explícitamente para tener un colibrí. A las avestruces regularmente las arrinconábamos en el sótano, las cercábamos con barrotes que iban desde el suelo hasta el techo. Las cacatúas las poníamos debajo de las escaleras, los pericos en las bañeras, las golondrinas en las alacenas y los chileros adentro de los closets.

 

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Justo al centro de nuestro comedor colocábamos la jaula para el colibrí. Nuestra casa no tenía ventanas. Pasillos anchos, techos altos, doble cochera, pero sin ventanas. Es difícil atrapar colibríes, y más en estos tiempos, pero uno cayó en la trampa. Afuera, a la entrada de nuestra casa, coloqué una vasija llena de agua con hojas de jazmín; cuando llega la tarde el sol se encarga de desplegar el olor del jazmín y los colibríes son adictos a ese olor. Así llegó este colibrí. Pobre, después de ese momento nunca supo cuándo era de noche o de día.

Le poníamos una manta encima de su jaula para mandarlo a dormir. Había noches enteras que seguía aleteando, como si la luz le llegara de un nuevo lugar, como de otro día, pero era de noche, por la manta y por la luna. Revoloteaba en todos los sentidos. Las cacatúas eran las encargadas de informar al resto de las aves la hora del día, a las avestruces no les importaba mucho este tema, con sus cabezas hundidas hasta el centro de la tierra el resto de las cosas les parecían poco importantes; las alacenas con sus golondrinas estaban a unos cuantos pasos de las escaleras; arriba, la alerta de las cacatúas llegaba hasta las bañeras con sus pericos y hasta los closets con sus chileros; cada que abríamos la puerta, el tiempo se revelaba ante sus ojos, y ahí, guardaditas, escuchando nuestros pasos por encima de sus picos, podían absorber un poco de ese sol, y de esa luna.

El comedor estaba al fondo de los pasillos anchos de la casa y no había forma de que el colibrí pudiera escuchar lo que anunciaba la cacatúa.  Murió de día. Mi colibrí. No lo supo, pensó que era de noche. Por la manta. He puesto una nueva vasija con hojas de jazmín, buscando a mi próximo colibrí. Uno que no le importe mucho si es de noche o de día.

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Texto: Nora Coss, alumna del diplomado en la Escuela Mexicana de Escritores (EME)

Fotos: Bernardo Aldana, alumno del diplomado en la Academia de Artes Visuales (AAVI)