Midsommar

Midsommar, la más reciente película de Ari Aster es reseñada por Mario González Suárez. Midsommar se encuentra en cartelera en los principales cines de la ciudad de México

Comulgo con la idea de Wes Craven acerca de que las películas de terror son un campo de entrenamiento para la psique. ¿Qué es el terror sino la versión pedestre de los misterios religiosos, el contacto sin mediación con potencias y seres extrahumanos, el atisbo a los pliegues del cosmos, la irrupción de lo sobrenatural, la versión doméstica y no pocas veces ridícula de lo numinoso? 

Midsommar está clasificada dentro del género de terror, pero ¿en qué consiste este terror? Dani y Christian son una joven pareja convencional y no bien avenida; ella es una ¡psicóloga! depresiva y dependiente y quizá la menos insana de una familia disfuncional; él es frívolo y no soporta las demandas de ella, que lo busca aprensivamente cuando se entera de que su hermana se ha suicidado, de una forma muy significativa, y se ha llevado con ella a sus padres. A Christian no le queda de otra que incluirla en el viaje que hará a Suecia con sus amigos universitarios. Pelle los ha invitado a pasar el verano en Hallsingland, donde está Hårga, la comunidad “hippie” en que nació; Josh, el amigo negro, dice que necesita ir a Europa porque está realizando una investigación para su tesis sobre las tradiciones europeas del solsticio de verano; a ellos se suma Mark, que aportará su piel. 

Hereditary (2018), el primer largometraje de Ari Aster, posee un refinamiento tanto en su trama como en sus detalles, hay que verla más de una vez para captar los minuciosos nudos con que está urdida la trama. Es más que una historia familiar, los personajes viven sumergidos en un estado mental que facilita la actuación de fuerzas oscuras, de los móviles inconscientes que vienen abriéndose paso desde generaciones atrás para que el hijo varón de ese matrimonio sea el destinatario final de una conspiración ancestral. El tema es el demonio de los antepasados. 

En Midsommar el refinamiento comienza en la atmósfera ominosa que se va cerrando sobre el espectador, el acecho ocurre a pleno sol en esas latitudes que prescinden de la noche durante el verano. La acción avanza a paso lento como pisando con cuidado en medio de la maleza plagada de alimañas. Todo ocurre bajo el gordo sol del estío. Su antecedente es The Wickerman (Robin Hardy, 1973), pero Aster va más alla. Hay una analogía entre los cuadros en el departamento de Dani y los sucesos en Hårga. (Hago un paréntesis para anotar que casi todo el arte plástico que aparece en la peli es del artista taiwanés Mu Pan.) Y uno de los guiños más atinados de la narración lo vemos cuando la mirada que va siguiendo el coche en que viajan los invitados hace un giro vertical de 180º. La vuelta de cámara no es un recurso meramente estético ni una ocurrencia ociosa, sino el símbolo de que vamos a entrar a otra dimensión. 

El terror que causa lo que ocurre en Hårga es precisamente lo que oculta el puritanismo de nuestra civilización. Las oscuridades que alumbra Ari Aster son las que mira el antropólogo desde el pedestal de la razón, lo que describieron con una pipa entre los labios doctos varones como Mircea Eliade y Claude Levi-Strauss. A esta comunidad los personajes ingresan por una especie de vagina amarilla, justo en el solsticio de verano, cuando darán comienzo los nueve días de una festividad que se celebra cada 90 años. Llegan el día del cumpleaños de Dani, siempre aprensiva, no se permite disfrutar de nada; Christian, tan desaprensivo, no sabe relacionarse con nadie y se deja llevar por sus instintos. Pelle, el amigo sueco que los ha llevado a Hårga, tiene una hermana melliza, Dagny, y muy sutilmente se sugiere que habrá un intercambio exogámico. 

Midsommar

A la celebración ha sido invitada también una pareja de jóvenes londinenses, amigos de otro miembro de la comunidad de Hårga, y serán los más aterrorizados cuando bajo la prístina nitidez de la luz del verano la pareja de los más viejos del lugar se lanza al vacío desde un risco, primero la mujer y luego su compañero. Y es brutal, ciertamente. Las convenciones burguesas nos han hecho olvidar que la vida tiene un ciclo como las estaciones, explica Pelle, se es niño hasta los 18, eso es la primavera, el verano es hasta los 36, luego viene el otoño, que es la edad de trabajar hasta los 54, y de ahí hasta los 72 te conviertes en mentor y así la vida está cumplida. No se debe envejecer y morir de dolor, miedo y vergüenza, porque vivir contraatacando a lo inevitable corrompe el espíritu. 

Hace mucho que las sociedades hipertecnologizadas, urbanas y laicas han perdido contacto con la naturaleza, y no me refiero a la vaquita marina ni a los panditas ni a las florecitas sino a los ciclos que gobiernan el cosmos que habitamos, al movimiento a que están sometidas en el tiempo y en el espacio todas las criaturas, desde las estrellas visibles, el Sol, la Luna, la Tierra y la parte consciente de la naturaleza que se supone somos nosotros. Los astros en el cielo, siendo tan poderosos, no se atreven a desviar ni un ápice sus órbitas. El hombre moderno hizo del intelecto una herramienta eficaz para pelear con la materia y al mismo tiempo negar lo inmaterial. Impuso su voluntad a los metabolismos naturales. En nuestro mundo civilizado el terror lo produce la naturaleza. El discurso de todos los ecologismos es tan artificial como hipócrita, no podemos defender aquello de lo que abusamos, ni desconocer que hay una relación de reciprocidad entre los hombres y el Sol, y en la festividad se le ofrendarán nueve vidas humanas, Hårga toma y Hårga da. 

En Hårga hay una biblioteca de textos rúnicos o más bien un solo libro, el Rubi Radr, en progreso permanente, y se le considera una partitura emocional. La revelación de los textos la recibe Ruben, un chico discapacitado intelectualmente. Ruben no está nublado por la cognición normal, le explica un sacerdote a Josh, está abierto a la fuente. Ruben es un producto de la endogamia, todos nuestros oráculos son productos deliberados de la endogamia. 

Nada ha sido puesto al azar, Josh es ahora el negro antropólogo, el que estudia a una comunidad de blancos. La razón y la avaricia son los impulsos del descendiente de los que vivían en la selva, y se disputa con Christian los derechos a explotar un tema de tesis, como cualquier académico arribista. Josh llega al punto de pretender robarse las escrituras de Hårga. Lo mejor es la malicia de Aster, porque si la comunidad en cuestión hubiera sido africana o oaxaqueña o australiana lo habrían tachado de racista, y ya sabemos que la corrección política es la vía más rápida de neutralizar la inteligencia, pero los hårganianos son unos rubios más dorados que el sol. Entonces se dirá que son una secta —lo que sí es la familia de Dani—, pero no lo son; la gente de Hårga tiene una estructura familiar arcaica en que los hijos son de todos. Y es digno de notarse que los habitantes de esta comuna se mueven en una casi permanente coreografía, al unísono y con una intención compartida.

Han pasado 90 años desde la última gran festividad, y es de capital importancia porque también se elegirá a la reina de la primavera, se despellejará al tonto, se aportará sangre nueva para un apareamiento propiciado astrológicamente y se conjurarán los afectos más impíos de la comuna, se desterrarán a la oscuridad donde podrán reflexionar sobre la gente que lastimaron. La psique colectiva no es lo mismo que la psique familiar. La civilizada familia de Dani resultó mortalmente tóxica para todos sus miembros, inconscientemente empeñados en ir contra natura. La redención de Dani jamás podría venir de su familia sino de ocupar el sitio que cósmicamente le pertenece. Era una reina sin saberlo, siempre llorando entre patéticas demandas de atención. 

 

 

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