El hombre invisible

El Hombre Invisible es una nueva interpretación homónima de la novela de ciencia ficción publicada en 1897. Esta es la reseña de Mario González Suarez

 

¿Por qué querría alguien ser invisible? Para cometer delitos sin que lo vean, para hacer lo que sea sin importar las consecuencias. Se elige la oscuridad de la luz como ser invisible en la oscuridad. The Invisible Man es una nueva interpretación homónima de la novela de ciencia ficción publicada en 1897. Hay una metáfora muy atinada en la primera adaptación de la novela (James Whale, 1933): una pianola que se toca sola y el hombre que pretende teclear en ella, es una premonición de las desconcertantes acciones de lo invisible. 

Elisabeth Moss es una pobre mujer que vive como poseída por un hombre hasta que un día junta fuerzas para escapar. Lo que más teme es que él la encuentre, y luego resulta que ese hombre se suicida pero ella sabe que sigue aquí, es un científico muy poderoso. Sale tan alienada de su matrimonio que todos la toman por loca cuando dice que ella es inocente, cuando ve lo que los demás no pueden. En las cámaras de vigilancia no se ve nada de lo que ella afirma, aparece ella sola en la escena del crimen. 

 

El hombre invisible de Herbert George Wells parece que intenta revertir la fórmula que lo hizo así. Al Adrian Griffin de Leigh Whannell no lo detiene nada, asesina a la hermana de Elisabeth y no le importa que ésta mate a su hermano. Griffin es una eminencia de la óptica y ha logrado crear un traje como de buzo pero con innumerables ojos. El que se lo pone se vuelve invisible y adquiere una fuerza física sobrehumana que le permite matar a un policía tras otro sin que le pase nada. Como si los inventos científicos equivalieran a una patente de corso. 

Me gusta también el curioso plano en que actúa la invisibilidad de Griffin, no es un fantasma y nadie dice que lo sea. Ya nadie cree en ellos, se pasaron al internet. Ser invisible para aterrorizar, mentir y denigrar, la impunidad te vuelve psicópata y sólo a éste le interesa ese estado de cosas. Chucky, otro psicópata, en el remake de Child’s Play (Lars Klevberg, 2019) ya no es un muñeco poseído por un demonio sino un robot que comienza por atender la literalidad de los deseos de sus dueños, toma decisiones y consigue introducirse en la red, y valiéndose de eso que llaman el internet de las cosas comienza a manipular los aparatos, los automóviles, las puertas con la intención de someter a todos a su tiranía. Lo invisible es el disfraz de los señores la oscuridad. 

 

Más reseñas de Mario González Suárez