High Life

High Life

High Life es una película de Claire Denis, en esta reseña de Mario González Suárez descubrimos porqué es importante dedicarle tiempo a esta obra fílmica.

Quienes dicen que esta peli es incoherente o hueca o aburrida tienen mucha urgencia de sacársela de encima, de no abordar la historia que cuenta. Lo cierto es que si uno quiere penetrar en su sentido hay que mirarla más de una vez y no dejarse arredrar por la incomodidad que puede producir. No estamos ante un entretenimiento (Gravity, 2013) y nos vamos a encontrar con más de un momento desagradable y con imágenes que se embarran en la mente. 

La mentalidad occidental, siempre tan práctica e inescrupulosa para obtener los mayores beneficios de situaciones delicadas y personas vulnerables, ha ideado enviar en una misión espacial a jóvenes convictos condenados a muerte o cadena perpetua, como para darles la oportunidad de que sus vidas no se desperdicien del todo. Lo que no les dicen es que de ese viaje no hay regreso. En una fugaz entrevista que le hacen a un maestro hindú, nos enteramos que la humanidad está atravesando el Kali-yuga, la era de la riña y la hipocresía. 

Después de tres años de haber salido del sistema solar, la tripulación de esta nave sin nombre ya sigue una sólida rutina dirigida por la doctora Dibs, riegan el cubículo que llaman jardín, reciclan el agua, le dan mantenimiento a las instalaciones, etcétera. Se dice que uno de los objetivos primordiales de la misión es acercarse a un agujero negro para ver si se puede capturar su energía de rotación y proveer a la humanidad de esos recursos. Pero la misión de fondo y agenda personal de la doctora Dibs es lograr que los seres humanos se reproduzcan en el espacio. 

Dibs es una tenaz manipuladora de fluidos humanos, tiene permanentemente drogada a la tripulación, a los hombres para que le entreguen su semen, y a las mujeres para inseminarlas. Las condiciones no son propicias para concebir una criatura, y cuando se logra, la radiación impide que sobreviva. Los varones, a excepción de Monte, parecen conformes con el trueque que les ha impuesto la doctora. Monte opta por el ascetismo y lo último que quiere es reproducirse. Él está ahí por haber matado a una amiguita que a su vez mató a su perro. Fui criado por un perro, dice Monte, y vamos a descubrir la profunda analogía, casi diría hermandad, que hay entre el perro y el hombre. La doctora reconoce en la rebelde Boyse, antigua toxicómana que por nada del mundo quiere tener un hijo, el organismo perfecto para lograr un embarazo. 

Por momentos la música y la atmósfera alcanzan la sordidez plástica y la consciencia desconcertada de Under The Skin (Jonathan Glazer, 2013). Hay dos grandes secuencias en High Life, la primera es cuando la doctora Dibs se encierra en la caja, que es una especie de privado masturbatorio, de descarga terapéutica para que la energía sexual que portan estos humanos no los destruya. Ahí se deja ver que Dibs es una bruja en el sentido arcaico, ctónico, por eso la conocen en la nave como la chamana del esperma. La capitana Dibs ocupa precisamente el lugar que le corresponde e incluso se jacta de ser una verdadera criminal, pues cometió el peor de los crímenes, dice, asesinó a sus hijos pequeños en la Tierra. 

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La nave en que viajan estos personajes no luce un diseño aerodinámico ni se parece a los vehículos espaciales que han inventado la ciencia ficción y la nasa. La nave de esta historia es tan deprimente como una cajón, es un paralelogramo compartimentado. De pronto, cuando los sobrevivientes Monte y Willow ya no saben ni de qué tener esperanza ni adónde llegarán, se topan con otro cajón intergaláctico, igual al que los transporta a ellos pero marcado con el número 9. Lo que Monte va a encontrar ahí dentro, y esta es la segunda secuencia mortificante, nos dará una idea de lo que la tripulación de condenados era para quienes los enviaron al espacio, es un momento patético y denigrante, y un gran acierto dramático. 

El aislamiento extremo de los personajes, su reducción tipológica, los acerca al mito. En primer lugar, la colección de especímenes es la de los expulsados del paraíso. Asimismo, esa nave sin nombre, sólo rotulada con un número 7, es una analogía del Arca de Noé, y aquí los animales son humanos y lo que llevan consigo, más que las culpas de sus crímenes, es su energía sexual, esa energía que resguarda y potencia las posibilidades de lo humano, que junto con la consciencia es el distintivo cósmico de la especie. La sexualidad es un lastre y una condena y en estos umbrales poco tiene que ver con el placer ni con el erotismo, es la chispa que precisa la carne para su reproducción. 

Quienes llegan a este enigmático final, tan desconcertante como el final de 2001: A Space Odyssey (Stanley Kubrick, 1968), son Adán y Eva, que en este caso son padre e hija. Al principio de la peli, Monte le habla a la recién nacida Willow sobre el tabú de no comer mierda. Ya tendrán tiempo de descubrir otros. Para ellos han transcurrido 18 años y medio viajando al 99% de la velocidad de la luz, para los habitantes de la Tierra habrán transcurrido más de dos siglos y ya nadie sabe si el planeta sigue siendo habitable. 

 

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