A propósito de la reciente exposición de Ai Weiwei en el MUAC y de su controversial trabajo artístico, Nelson González Leal nos comparte esta reflexión.
No sé cómo calificar a Ai Weiwei. Ni sé si deba hacerlo. Es probable que no, porque suena a pretensión. Creo que lo más adecuado es hablar de su obra, de sus piezas artísticas en el momento y contexto en el que se presentan. El asunto es que en Ai Weiwei la obra resulta inseparable de la perfomance vital del autor. Su espacio, su tiempo y su presencia compiten en atención con los de la pieza artística y todo termina por constituirse en una puesta en escena emotiva, que puede ir del drama a la ironía, en dependencia del punto de vista de quien la observe o del contexto sociopolítico donde se instale. Y este es otro de los aspectos fundamentales del “arte de Ai Weiwei”: es siempre político y por ello resulta finalmente una representación.
Un caso muy claro de esto es la obra Law of the Journey, constituida por un conjunto de figuras humanas de caucho infladas con aire y expuestas en diferentes posturas a lo largo de 70 metros de superficie, en la Prague National Gallery (PNG) en 2017. Las figuras no tienen rostro ni vestimenta, ni ninguna otra seña de identidad, y están ubicadas sobre un bote de caucho inflado. La representación es obvia: migrantes, personas que atraviesan el mar en una huida, a todo riesgo.
Según una nota publicada en la plataforma para diseñadores Hausmag, el objetivo de Ai Weiwei con Law of the Journey “es proporcionar un comentario social sobre la crisis europea de refugiados”, es decir, una puesta en escena que busca generar conciencia no sobre el arte y su funcionalidad, sino sobre la urgente necesidad de respuesta de la gente, de la sociedad, de la ciudadanía, ante un problema humanitario. No hay metalenguaje, no se busca que la obra se constituya en un manifiesto sobre el alcance del arte en el marco de nuestra desequilibrada sociedad contemporánea, ni que se revise a sí misma como pieza representativa de un conflicto colectivo.
En Law of the Journey el lenguaje es directo y político: estamos ante una manifestación artística que se ubica en el plano de lo funcional y evita quedarse solo en el ámbito estético. Es lo que se llamaría una “obra comprometida con la realidad” por su contenido propagandístico. Tal es su compromiso, que llega a la PNG 17 meses después de que la República Checa apoyara la negativa del bloque del Este de la Unión Europea para sumarse al sistema de cuotas para refugiados propuesto por Alemania y acogido por Grecia e Italia durante la crisis migratoria de 2015.
Y no se trata aquí de elaborar una diatriba ni de caer en la controversia sobre el carácter artístico de las piezas de Ai Weiwei, ni mucho menos sobre su activismo social, aspectos que creo se afianzan en el sentido de la oportunidad del artista chino para garantizarse la admiración y el agradecimiento del público, en especial de aquel que ha sufrido las consecuencias del abuso del poder y de la deshumanización de la política. Pero lo que sí quiero señalar es esa sensación de desequilibrio de carácteres y de peso que me trasmite el trabajo de Ai Weiwei, justo como en el que cierra su temporada en el Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC) en Ciudad de México, este 06 de octubre, y que se ha denominado “Restablecer Memorias”.
Ilustración sin argumento
En un artículo del crítico de arte norteamericano Jed Perl para The New Republic, publicado en enero de 2013, se señala el “ enfoque documental genérico” que, por lo general, emplea Ai Weiwei. Perl analiza diversas obras y entre ellas me llamó la atención el examen de “Straight”, una pieza expuesta en el Smithsonian’s Hirshhorn Museum que trata el tema de “las escuelas derrumbadas en Sichuan, luego del terremoto en 2008 que mató a más de cinco mil niños”. Entre las estrategias que emplea Ai Weiwei está la de colocar en un muro la lista de nombres de los niños fallecidos en Sichuan. Con acierto, Pearl advierte la proximidad de la lógica formal de Ai Weiwei con la de algunos artistas de los 60´s que militaron en las filas del arte conceptual, dentro de sus expresiones minimalista y el perfomance.
Si de minimalismo hablamos, en el caso de “Restablecer Memorias” no cabe duda de que la relación que establecen las piezas con el espacio expositivo interviene la percepción del espectador sobre la dimensión, el desplazamiento y la habitabilidad de la obra y del propio espacio. El “Salón Ancestral de la Familia Wang”, es perfecto para esto. Pero también existe una intervención en la percepción emocional del drama humano, que vemos en la enorme pared blanca que recibe los grandes retratos de los 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa.
Ahora bien, en “Restablecer Memorias” los hechos (sucesos) en los que se fundamenta la obra tienen un peso específico, humano, cultural, social y político, pero no son argumentativos. Como en “Straight”, el enfoque resulta más cercano a la ilustración, en lo que esta tiene de documento (esclarecedor, explicativo, periodístico). La exhaustiva cronología y las entrevistas en video que forman parte de la pieza sobre Ayotzinapa afianzan esto. En consecuencia —y con la reiteración de que no se trata de elaborar una diatriba ni de caer en la controversia sobre el carácter artístico de las piezas de Ai Weiwei—, esto hace inevitable enunciar la pregunta que también se hace Jed Perl: Con Ai Weiwei ¿dónde termina la disidencia política y dónde comienza la actitud artística?
Maestría en la oportunidad dramática
Un opositor al régimen comunista chino ganará la simpatía de Occidente, sin duda; y si es de origen chino, transita el camino del arte y ha sufrido acoso y represión pública, esa ganancia será doble. ¿Resulta insensible expresar este comentario? ¿Absurdo, innecesario, fuera de lugar? Quizás en otro marco sí, pero creo que es pertinente en el que establece el propio Ai Weiwei como carta de presentación cuando anuncia que “Todo artista es activista” (en entrevista para El Universal de México, a propósito de la muestra “Restablecer Memorias”) y en el que buena parte de los medios de comunicación y de los museos en los que ha expuesto asumen como titulares o textos de exordio a sus obras: muy pocos evitan el apelo a la historia personal pública y política del artista; su disidencia, su compromiso social y su ideología priman a la hora de dialogar con él sobre arte.
Antipático resultará además decir que Ai Weiwei es un maestro de la oportunidad dramática. En su presentación de la muestra “Restablecer Memorias”, rodeado de numerosos medios de comunicación —cual estrella del showbusiness—, anunció que había venido a México en 2016 bajo una oferta para exponer en el MUAC, pero que consideró necesitar tiempo para investigar, y entonces “el tema de los estudiantes desaparecidos me pareció importante, prácticamente eran niños que debían sentirse seguros, en las aulas, su escuela”.
Sin restar mérito a la decisión de tomarse tiempo para la pesquisa, ni desconocer los riesgos de diferentes escalas que implica involucrase con temas como el de Ayotzinapa o el de la violencia y desidia del Estado contra la memoria y el patrimonio cultural, no deja de resultarme incómoda esa estrategia de Ai Weiwei, esa obvia búsqueda de la oportunidad para impactar. Recapitulemos: Law of the Journey (Praga 2015-2017, en plena crisis migratoria europea, con cobertura de todas las agencias internacionales y medios de comunicación de envergadura), “Straight” (Sichuan, 2008-2012, cuando aún el dolor por la tragedia de la masiva muerte de niños estaba crudo y centenas de medios nacionales y agencias europeas y asiáticas cubrían el asunto), “Restablecer Memorias” (asume el caso Ayotzinapa, que desde su ocurrencia en 2014 hasta la fecha ocupa numerosos titulares mediáticos, mueve a diversas organizaciones de derechos humanos nacionales e internacionales y asombra aún a buena parte de la sociedad mexicana).
Así como se agenció la empatía del público con “Straight”, se la agencia con “Restablecer Memorias” —con fórmulas similares: recuerden el listado de nombres de niños colocados en un muro, por ejemplo—. Esto funciona muy bien para potenciar su militancia sociopolítica, su imagen como artista comprometido, para atraer la atención sobre su postura disidente del régimen comunista chino, pero ¿cuán bien funciona para el arte que expresa, minimalista, genéricamente documental, inargumentativo y escaso en el aprovechamiento del recurso estético?
Atención: Quizás ese sea el objetivo de Ai Weiwei y no lo he comprendido. Es decir, quizás este artista chino se mueva dentro de los parámetros del Process art. Quizás persiga una respuesta donde el producto final artístico no sea el centro de interés ni lo que motorice el análisis. Quizás su obra esté en proceso de construcción de una totalidad aún inacabada, donde cada muestra sea una pieza de engranaje sobre su perspectiva del mundo y del arte como unidad, sujeta a la búsqueda, la clasificación, la recopilación y la asociación del fundamento artístico con el ideológico, y desde donde además proponga la desacralización del espacio museológico, o la puesta en servicio de éste para las manifestaciones más desarticuladoras de la realidad sobre el sentimiento humano. Al fin y al cabo, ¿no será esta la real sustancia de lo artístico?
Recolocar el presente en su lugar
Algunas constataciones realicé durante mis dos visitas al MUAC para observar la muestra “Restablecer Memorias”. La primera fue la del desequilibrio en la potencia expresiva de las piezas que componen la obra, no por sí mismas, sino por el contexto donde se presentan. Las que integran el discurso sobre Ayotzinapa concentran el mayor interés y tiempo de atención del público, tornando a las del “Salón Ancestral de la Familia Wang” en una especie de souvenir visual, en un espacio por donde las personas deambulan medianamente maravilladas por la monumentalidad y el exotismo de los “artículos culturales” chinos. De hecho, los videos y, sobre todo, la cronología de los hechos de Ayotzinapa exigen del público una visualización, una escucha y una lectura muy detenida; demandan la activación de varios sentidos y disparan o liberan el interruptor emocional, por la proximidad identitaria.
Por otro lado, me parece que la lectura de la obra como una propuesta que señala el riesgo de la pérdida del futuro por el irrespeto al patrimonio cultural y a la vida de los jóvenes, que advierte sobre ese “atentado a la juventud que significa la destrucción histórica”, si bien no deja de ser cierta, resulta limitada y lugar común. Creo que con esta obra, como con Law of the Journey o con “Straight”, desde el punto de vista filosófico, político e ideológico, Ai Weiwei exige acción sobre el presente inhumano, corrupto y devastador no de la posibilidad de futuro sino del propio presente. Es decir, con estos hechos el trauma no es causado por el riesgo de la pérdida del futuro, sino por la violenta e injusta desaparición del presente.
Si algo destaco como fundamental en este trabajo es que Ai Weiwei recoloca en su lugar el valor del presente como oportunidad real y realiza un fuerte llamado de atención sobre esto. Ya en 2008, en un artículo publicado en su blog, Ai explicó lo que significa la creatividad —como una manera de exponer lo que considera arte—: “es el poder de rechazar el pasado, cambiar el status quo y buscar un nuevo potencial. En pocas palabras, aparte de usar la imaginación, quizás lo más importante es el poder de actuar ”. Acción, presente, cambio, ruptura, y todo en tiempo real, inmediato. Desde allí se establece también su discurso como artista, en consonancia absoluta —aquí sí— con su activismo político, allí se concentra la energía y funcionalidad de sus representaciones.
Y esto me ubica aún más la propuesta dentro del Process art, desde un pensamiento que se sujeta al hacer artístico sobre lo real actual y no sobre la esperanza en lo que estaría por venir. Hay aquí una motivación muy racional e inherente a la potencia del hecho y de su registro como documento revelador.
En fin, estas observaciones son apenas notas o acercamientos a Ai Weiwei y a “su gusto por el gesto audaz” —como indica Jed Perl—, generadas a propósito de su reciente exposición en el MUAC de Ciudad de México y de esas representaciones artísticas que lo ubican o revelan también como favorecedor del espectáculo del mundo del arte internacional; es decir nada muy distinto ni sorprendente en realidad, para quien así decida verlo.
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